Y ahí estaba yo, sentada esperándolo, en la misma banca del mismo parque en el que llevábamos un par de años sentándonos a hablar, a besarnos, a abrazarnos o simplemente a mirarnos, llevaba 45 minutos esperando por él, mucho tiempo para esperar a alguien, pero a él lo esperaría todo el tiempo que fuera necesario, pase muchos años sin él, así que 45 minutos no eran nada para mi, mientras lo esperaba escribía para mi blog, escribía en esa libreta que me regalo un mes después de conocernos, esa del gatito llena de hojas en blanco, sin renglones, sin margenes, así como soy yo, eso me dijo en el mismo momento que me la dio, la música siempre estuvo acompañándome, desde que salí a su encuentro, ese lunes, después de las 4pm, siempre escogíamos esa hora para evitar el sol, que molesto que era el sol para nosotros, pero no tan tarde para poder presumir nuestras gafas de sol nuevas, ese lunes tenía las rojas, para que combinaran con mis uñas y mi labial, esos detalles que me obsesionaban y a él le hacían reír, "Estás loca", me decía, "Nadie se fija en esas cosas", a mi no me importaba si alguien lo notaba, yo lo sabía y eso me hacía feliz, siempre se lo dije, mi felicidad está hecha de pequeños detalles, que me de un beso en la frente al despedirse, que me llame a despertarme y colgarme inmediatamente para que yo siga durmiendo, detalles como que cargue mi tula para que yo pueda bailar libremente, sin ataduras, estaba escuchando esa banda que tanto nos gustaba, a la que habíamos visto en vivo no hacía mas de seis meses, que apenas tocaron nuestra canción favorita nos abrazamos y nos miramos a los ojos llenos de lágrimas, que momento tan emocionante, y yo sigo acá, esperándolo, con la tula llena de besos y abrazos para él, con hojas llenas de historias de él y mías, y con hojas en blanco, muchas hojas en blanco para todo lo que nos falta vivir, yo te espero, seguro que lo haré...
A LAS MADRECITAS DE COLOMBIA. POR FERNANDO VALLEJO.
Entre hombres, mujeres y del tercer sexo, mi mamá tuvo 25 hijos. Hijos y más hijos y más hijos que ella fabricaba en su interior y que después expulsaba por la vagina con la placidez de quien desgrana avemarías de un rosario. Era una máquina vesánica de parir. Por eso hoy somos en Colombia 44 millones. Si yo hubiera seguido su ejemplo y el de mi papá, con los hijos de los hijos de mis hijos, hoy seríamos cien millones y ya habríamos acabado con las últimas tortugas, con las últimas nutrias, con los últimos micos, con los últimos caimanes, y estaríamos en pleno desastre ecológico, que sumado al moral que siempre nos ha caracterizado nos habría hecho del país un infierno. Bueno, otro infierno quiero decir, pues en el infierno estamos. Uno más calientico. Para acomodar cien millones de colombianos se necesitan cuando menos cien millones de kilómetros cuadrados y solo tenemos un millón. Varios suizos pueden convivir en una misma cuadra y miles de abejas en una simple colmena; pero los colo
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