Ella estaba sentada, cerca a la ventana, perdida entre las gotas de lluvia que no dejaban de caer, pensativa, distante, ensimismada, el solo la miraba, se preguntaba que pasaba con ella, que era lo que tanto pensaba; no era la primera vez que ella prefería perderse en su mundo, en dejarlo a el solo en esta realidad, ella sabia que el nunca la iba a entender, que nunca iba a saber que pasaba con ella, que así ella se lo dijera, el, inconscientemente se rehusaría a aceptarlo, pero ella, ya cansada de batallar había decidido ignorarlo, lo que sentían el uno por el otro era grande y era fuerte, no querían dejarse, no podían dejarse, les resultaba inconcebible imaginarse separados, pero les resultaba invivible el estar juntos, ella lo decidió así, no le consulto a el, esa opinión no importaba, el se rehusaría y se harían mas daño, ella decidió estar presente, de cuerpo, de corazón, pero con la mente ausente, esa que siempre la ponía a dudar y a divagar, que la hacia pensar y razonar, esa a la que ella no quería escuchar para no sentir mas dolor, para no llenarse mas de angustia y aburrición, lo que no sabia no podía hacerle daño alguno, ella sabia lo que hacia o al menos eso creía, el la sentía diferente, mas complaciente, mas ligera, mas dependiente, menos ella, no dijo nada nunca, para el mejor, menos discusiones, menos peleas, menos enojos, era como el quisiera, lo que el dijera era una verdad absoluta, ella con el tiempo dejo de hablar, solo asentía con la cabeza a todo, ella dejo de soñar, dejo de dormir, dejo de comer, dejo de vivir, ella se dejo por su mente en blanco, dejo que su mente se vaciara cada vez mas, dejo de ser, y el, pues el la dejo a ella.
A LAS MADRECITAS DE COLOMBIA. POR FERNANDO VALLEJO.
Entre hombres, mujeres y del tercer sexo, mi mamá tuvo 25 hijos. Hijos y más hijos y más hijos que ella fabricaba en su interior y que después expulsaba por la vagina con la placidez de quien desgrana avemarías de un rosario. Era una máquina vesánica de parir. Por eso hoy somos en Colombia 44 millones. Si yo hubiera seguido su ejemplo y el de mi papá, con los hijos de los hijos de mis hijos, hoy seríamos cien millones y ya habríamos acabado con las últimas tortugas, con las últimas nutrias, con los últimos micos, con los últimos caimanes, y estaríamos en pleno desastre ecológico, que sumado al moral que siempre nos ha caracterizado nos habría hecho del país un infierno. Bueno, otro infierno quiero decir, pues en el infierno estamos. Uno más calientico. Para acomodar cien millones de colombianos se necesitan cuando menos cien millones de kilómetros cuadrados y solo tenemos un millón. Varios suizos pueden convivir en una misma cuadra y miles de abejas en una simple colmena; pero los colo
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